miércoles, 30 de noviembre de 2016

HAY GENTE QUE NO ES POBRE POR COMO VISTE, SINO POR COMO PIENSA.


Soy de esas personas raras que piensa que la riqueza no se halla en ningún bien material. Rico es quien invierte en el respeto, quien practica la bondad sin mirar a quien. Millonarios son los que cuentan con el respeto y el cariño de sus amigos y familiares, porque la auténtica abundancia no está en el dinero, sino en la felicidad.
Hay gente que, efectivamente, no es pobre por cómo vive, sino por como piensa. Todos conocemos a alguna persona que avanza por la vida con la cabeza bien alta, ostentando el encumbrado brillo de su posición mientras atiende el mundo con la pátina de la soberbia. En sus corazones no hay empatía, en sus mentes no existe humildad ni cercanía y lo más probable es que tampoco sepan a qué sabe realmente la felicidad.
Los pensamientos, valores y actitudes son los que conforman nuestra auténtica piel, esa que se ve desde el exterior y que nos identifica en el trato cotidiano. Quien entiende de respeto, destaca y consolida grandes vínculos, pero quien cultiva una mente inflexible y rencorosa, cosecha desconfianza.
Hay personas pobres muy ricas de corazón y ricos muy pobres de afectos (y a la inversa). Somos, sin duda, un mundo complejo y a instantes caótico donde estamos obligados a cohabitar. De ahí una conclusión: valdría la pena invertir más esfuerzos en ese mundo interior tan falto de nutrientes con los que conseguir un escenario más respetuoso en el que crecer en armonía.
Te proponemos reflexionar sobre ello
Las victorias hechas desde el corazón nos hacen ricos.
En los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro hubo una escena que dio la vuelta al mundo y nos conmovió a todos. Abbey D’Agostino atleta de Estados Unidos y Nikki Hamblin de Nueva Zelanda, chocaron durante un momento en la final de 5.000 metros. La estadounidense, como pudo saberse después, se rompió el menisco y el ligamento cruzado en ese mismo instante.
Ahora bien, tras ese incidente, la neozelandesa hubiera podido apurar sus opciones recorriendo la distancia perdida. Sin embargo, no lo hizo. Se detuvo y decidió ayudar a su contrincante, a Abbey D’Agostino. Al final, las dos atletas recorrieron los pocos metros que faltaban hasta la meta entre lágrimas, dolor y mucha emoción. Fue un acto desinteresado lleno de deportividad, de bondad y de una grandeza que nos emocionó a la mayoría.
Aquello se mereció sin duda una medalla de oro, sin embargo, aún hubo quien llegó a decir que la atleta neozelandesa no tenía que haberse detenido. Que tenía que haber recuperado el tiempo perdido. Pensar que existen mentes capaces de no empatizar con este tipo de actos nos sobrecoge. La magia del bien no es solo un valor abstracto. Es un acto instintivo que habita en nuestro cerebro con un fin muy concreto: garantizar la supervivencia de nuestra especie.
La escena de Nikki Hamblin ayudando a Abbey D’Agostino nos demuestra cómo un acto de bondad consigue que dos personas lleguen a la meta de la vida. No una, sino ambas. Así pues, más allá de esas estrategias evolucionistas donde solo el más fuerte sobrevive, hay muchos más actos que se basan en la empatía y la colaboración antes que en la depredación.
Ser pobre de mente y corazón es desperdiciar la vida.
Más allá de lo que pueda parecer, la persona pobre de mente y corazón no abunda tanto como pensamos. La especie sobrevive, el más fuerte puede ser a veces el más noble y el mal no siempre triunfa. La mayoría de nosotros seguimos siendo reaccionarios ante las injusticias, ante los egoísmos y las vulneraciones. Todo ello nos demuestra por qué actos como el de estas atletas llega a todo el mundo con tanta fuerza.
Es como si estas escenas desintoxicaran nuestros corazones para hacernos ver que la bondad, efectivamente, sigue triunfando, y aún más: nos contagia. No obstante, cabe decir que el pobre de mente y corazón no siempre actúa con maldad. Lo que hay en realidad es una falta de receptividad y de empatía. Son corazones incapaces de ver más allá del elegante ático de su solitario mundo de egoísmos. Es algo que hemos de asumir. No podemos cambiarlos, ni convencerlos ni aún menos pelear con ellos.
Se trata de “ser y dejar ser”. Porque quien es pobre de mente valores y afectos desperdicia su vida. Es como un elemento extraño que al final, en el epílogo de su vida, descubre su propia soledad. Envuelto en el velo de la amargura llega a la sutil conclusión de el mundo va en su contra. Que nadie valora lo que es y lo que ha hecho.
Aunque en cierto modo es así. La bondad siempre vence a la indiferencia y la deja de lado. Tal vez, y en cierto modo, somos como esas bandadas fascinantes de estorninos que avanzan en la vida como en una coreografía, sincronizados, seguimos creyendo en la nobleza del ser humano.
Sabemos que hacer el bien es necesario para nuestra especie y por ello, ante un acto de altruismo, respeto y amor, seguimos emocionándonos – Carl Jung

http://consejosdelconejo.com/

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